domingo, 11 de agosto de 2013

Los juegos de antaño

¿Se acuerdan ustedes de los juegos de niños de allá por los años 50’s? Qué bonitos tiempos aquellos y qué bonitos los juegos que teníamos. Fácilmente nos entreteníamos con el trompo, el yoyo, las canicas, o como olvidar cuando jugábamos a “las escondidas”, o corríamos desaforados jugando a “la roña”, a los encantados, a las cebollita, o a “indios y vaqueros”.

     Para jugar al trompo, primero, un jugador colocaba su trompo en el suelo, y los demás competidores lo teníamos que tocar con el nuestro, así que lo lanzábamos a bailar, y si lo tocábamos de primera gritábamos “kenko”, y si no era así, entonces, teníamos que tomar y levantar el trompo con la palma de la mano antes de que dejara de bailar, una vez que lo habíamos levantado lo dejábamos caer sobre el trompo del contrario. Si ya en estos intentos no se lograba tocar el trompo del otro, entonces nos tocaba poner nuestro trompo primero a bailar, y esperar a que otro jugador perdiera para que tomara nuestro lugar. Había veces que el trompo salía despavorido por una mala tirada, era entonces cuando se gritaba el famoso “¡hueso!”, y eso era para que en caso de pegarle a alguien con nuestro trompo, esa persona tenía el derecho de quedarse con nuestro trompo. A veces también gritábamos: “¡No respondo chipote con sangre, sea chico o sea grande!” y pues ya se imaginarán para qué se gritaba.


     Había otros jugadores que eran más diestros para eso de bailar el trompo y se ponían a hacer suertes con el, ya sea bailandolo y recogiéndolo con la cuerda, hacerlo saltar por el aire y atraparlo con la palma de la mano todavía bailando, o ¡hasta bailarlo en una uña de la mano!. Lo recuerdo y pienso ¡ah, qué juego tan hermoso!.

El yoyo, pues también fue otro de los juegos tan populares cuando yo era niño, y supongo que todos lo conocemos. Con el también se hacían malabares, de todo tipo de suertes y acrobacias. Los que eran más virtuosos con el yoyo siempre dejaban boquiabiertos a los demás.

     El yoyo llegó a trascender más pues hasta se hacían competencias a nivel nacional. Venían jóvenes que dominaban el yoyo con tal maestría que todos nosotros quedábamos asombrados con lo que hacían. Las suertes que se hacían con el yoyo hasta nombres tenían, recuerdo las de “El Perrito”, “El Columpio”, “El Astronauta” y así muchas más. Claro que nosotros hacíamos cosas más sencillas y sólo llegamos a dominar alguna de esas técnicas.

Otro juego que ¿quién no jugó cuando era niño?, las famosísimas canicas. Había quienes también las conocían como “tobas”. Las había en formas y tamaños muy variados, había las sencillas que eran hechas de barro, y también había las que estaban hechas de cristal, muy hemosas por cierto. El juego pues en realidad era muy sencillo, por lo general jugábamos en el patio donde había piso de tierra, ahí marcábamos un cuadro y como a tres o cuatro metros se dibujaba una raya hacía la que lanzábamos la canica, el que quedara más cerca de la línea era el primero y así sucesivamente. Dentro del cuadro se colocaban las canicas, tal y como se había acordado, ya fuera de a una, dos o las que fueran. El juego comenzaba tirando –o saliendo– desde la línea, y así se iba avanzando. El objetivo era sacar la mayor cantidad de canicas del cuadro y así dejar “pelon” –sin canicas– al jugador contrario.

     Con las mismas canicas se jugaba en otras modalidades, por ejemplo la famosa “covacha”, que consistía en de igual manera dibujar un cuadro, lo distinto estaba en que se hacía un hoyo pequeño en cada esquina y uno en el centro. Nuevamente se tiraba hacía la raya para ver quien tenía el primer turno, y ya después de eso el objetivo era ser el primero en meter nuestro tiro en cada hoyito del cuadro. Ganaba el que hiciera los cinco hoyos –haga usted de cuenta como el golf… pero a nuestro estilo–, y el premio eran las canicas que se habían apostado. La verdad es que era un juego hemoso, y muy etretenido.
locos mientras alguien contaba dando tiempo para que nos escondieramos? Después el que contaba tenía que andar buscándonos. Normalmente se jugaba de noche o a oscuras –o al menos así era más divertido– o en patios donde había muchas yerbas o macetas y ahí uno se daba gusto con muchos lugares para poder esconderse. El primero en ser encontrado era a quien le tocaba buscar en la siguiente ronda, pero primero era necesario encontrar a todos los demás, o bien que alguien llegara a la base a salvarse y dijera aquella combinación de palabras que podía salvarnos: “Un, dos, tres por mí y por todos mis amigos”.


     El juego de “la roña” consistía en que un jugador tenía que tocar a otro para poder “pegarle” la roña, y de esa manera se le pasaba la roña al jugador que se había alcanzado y este nuevo “enroñado” tenía que hacer lo mismo con los demás. También existían algunas “bases” acomodadas de manera estrategica de tal forma que mientras los jugadores estuvieran tocando ese lugar no se les podría contagiar con la roña, y se provocaba al que tenía la roña cambiandose de base. Éste también era un juego muy divertido.

     ¿También se acuerdan del juego de las cebollitas?. Este juego consistía en que todos nos sentábamos en fila, el primero o el que se encontraba hasta adelante, se abrazaba de un poste, entonces uno de los jugadores tenía que romper ese abrazo para poder ganar. La dificultad consistía en la fuerza de unión que se tenía con el grupo. Era un juego muy bonito.

     También jugabamos a “los indios y vaqueros” en el caso de los niños, y las niñas a “las muñecas”. Los niños utilizabamos la imaginación nos dabamos gusto “matando” indios o vaqueros –según fuera el bando en el que nos hubiera tocado– emulando a los héroes de los cuentos o de las historias. Las niñas jugaban a las muñecas emulando ser mamás de las muñecas, dándoles de comer y cambiándoles sus ropas.

El juego de “los encantados” también era muy bonito, donde un grupo de niños andaba corriendo y uno de ellos tenia que alcanzarlos al tocarlo lo dejaba encantado y solo quedaba desencantado cuando uno de sus compañeros lo iba a salvar y al tocarlo lo desencantaba


Otro era el juego del “balero”. Éste consistía en un cilindro de madera con un hueco en un extremo y éste cilindro iba unido por una cuerda a un poste de madera. El juego se trataba de introducir el poste en el hueco del cilindro y una suerte era de manera sencilla pero al hacerla se hiban haciendo mas difíciles las pruebas o suertes para ver quien era el ganador.




El juego de “la matatena” era muy socorrido sobretodo por las niñas, consistía en recoger todas las piezas que se pudieran al lanzar una pelotita al aire y antes de caer tomar del suelo todas las piezas que se pudieran, perdia si no recogia nada y pasaba al siguiente jugador.


     Yo a veces me pregunto: ¿por qué se fueron ese tipo de juegos?, nos daban mucha enseñanzas. Ustedes piensen y verán que nos enseñaron a ser unidos, libres, deportistas, imaginativos y tantas cosas que nos están haciendo falta en estos tiempos; sobre todo la libertad con la que nos poníamos a jugar en cualquier lugar sin pensar en inseguridades o bullyings y todo eso.

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