El Dr. Carlos
Gama me obsequio una copia del libro Historia de la Hacienda de San diego en
donde La familia Cabrera Ypiña nos relata con lujo de detalles las Grutas de la
Catedral y El Angel, disfrutemos esta nota.
Las grutas de san diego
La
espeleología se ha puesto de moda entre los deportistas que gustan de explorar
que gustan de explorar lo subterráneo, entre los arqueólogos que buscan
vestigios de las antiguas culturas, pues aunque aparentemente son lugares tenebrosos e infectos, antaño
fueron refugio de hombres que iban a invocar la ayuda del gran espíritu, o bien
de salteadores que dejaban por ahí escondido el fruto de sus rapiñas. A otros
los lleva simplemente la curiosidad de hacer observaciones minuciosas de
aquellos antros casi siempre fríos y húmedos.
En la parte
de la Sierra Gorda perteneciente a San Diego, existen dos grutas de gran
interés para todos, pues una de ellas es la más espectacular y prometedora de
San Luis Potosí y la otra es por la belleza de sus formaciones.
La primera
toda la vida se ha llamado “La Iglesia Vieja” pero, al hacerse notable, los rotarios
de Rioverde, la bautizaron con el pomposo nombre de “La Catedral”. La llegada
al paraje de estas grutas es difícil pues, después de haber purgado el camino
con mil curvas, sustos y precipicios, se llega a la ranchería del Alamito, sita
al pie de un enhiesto picacho de ese macizo calcáreo y entrada a una angosta
cañada donde termina el camino de coches por lo que de ahí en adelante se va a
caballo o a pie.
El
emplazamiento de las grutas está en un paisaje de acantilados grandiosos y de
tupido bosque de pinos y encinos, sobre mantos de calizas del cretácico,
altamente erosionadas.
Tiene la
“Iglesia Vieja” dos entradas: una chica en forma de túnel la que, ya de pasada,
llega de improviso a la gran oquedad, donde la geología hace un alarde de
grandeza cósmica: la otra entrada, enorme como el pórtico de una catedral gótica,
llega de golpe al gran salón capaz de contener en su interior la catedral
potosina con todo y sus torres, sin que estas tocaran la bóveda; es un hueco
imposible de captar con ningún lente. El nombre le viene de que las grandes
formaciones de travertina (piedra esponjosa y blanda calcárea que al aire
adquiere un color rojizo) que por milenios se han ido acumulando en su
interior, simulan, el uno un pulpito, otro un confesionario o diversas imágenes
y, al fondo un gran altar o foro, la que es muy difícil escalar.
El todo está
iluminado por una luz azul, como de luna, que penetra por dos ventanales que se
abren en el ábside de la techumbre, que se calcula en noventa metros de altura.
Esas falsas entradas a la caverna, son una trampa mortal para toda clase de
animalitos, que se meten por ahí y caen al vacío, formando abajo un verdadero
yacimiento de huesos, encontrándose los de conejo, ratas, ardillas y hasta víboras.
La enorme
oquedad de la gruta está adornada con miles de estalactitas y cortinajes de fantasía,
en mil formas retorcidas y colgantes. Hay algunas estalagmitas tan enormes, las
que crecen de abajo hacia arriba, que deben de haber tardado milenios en
formarse, ya que las estalactitas crecen un centímetro cada 30 años se puede
uno imaginar lo que tarda en crecer una estalagmita que tiene varios metros de
diámetro; estas cuando tienen siglos o milenios adquieren un enorme grosor de
formas curvilíneas parecidas a un ventrudo cumulo: se hinchan en protuberancias
barrocas, en redondeces de globos, formando verdaderas maravillas
espeleograficas: la estalagmita que llaman el pulpito es digna de una mirada.
Nítidas
cascadas de rutilantes tubos de órganos, miríficos colgajes de encajes;
collares de cuentas, encalados de mágica pureza; las coloraciones de las
monstruosas paredes reflejan las sombras de esos fantasmas 0etreos sobre los
fondos azules y blanquecinos que les da la luz de las claraboyas. Cuelgan del
techo mil estalactitas de una blancura purísima que da al conjunto un aire de
fantástico misterio. El silencio de la fruta, donde la voz suena distinta por
los ecos empalmados, impresiona fuertemente. Aquí no existe ningún ruido a
excepción de las gotas de agua que horada el silencio con un ruido sideral.
Brillan mil
estrellitas en el suelo al contacto de la luz de las lámparas, y así luce toda
la inmensa gruta, porque las estalactitas y estalagmitas que cuelgan y se
levantan por todo el recinto brillan como si fueran finos cristales que llenan
todas aquellas formaciones calcáreas.
Al fondo de
la gran caverna se ve una catarata de piedra blanca de unos 20 metros de altura
con todas las formas y destellos caprichosos que pudo formar el agua de la
verdadera cascada que ahí existió antaño, y que ahora ha desaparecido.
Esa cascada
pétrea tiene hermosísimas cristalizaciones de un brillo fascinador que
justifica el nombre que se le ha dado a la gruta. Hay ahí a la derecha un salón
de maravilla de cuyo techo descienden girándulas retorcidas y extravagantes,
una variedad de estalactitas enormes, las más retorcidas y adornadas que se
puedan encontrar. Las decoraciones más originales y bellas quedan opacadas al
lado de esa arquitectura de la naturaleza.
Más abajo,
se abre una enorme sima cuyo fondo se puede alcanzar por una inclinada rampa
llena de nichos, limitados por mil pequeñas estalactitas. El pegajoso y
resumante piso lleva al fondo, cuyos planes están inundados formando un lago
obscuro y frio donde se supone que existen peces sin ojos, nacidos ahí en
aquella obscuridad eterna.
Hay gran
apilamiento de bloques enormes que dificultan el paso, piedras que resultaron
de un desprendimiento de parte de la bóveda, que se vino abajo, causando un
gran destrozo de todas las formaciones que existían en esa parte de la caverna.
Con seguridad fue causado por ese tremendo terremoto que asolo el estado
potosino en épocas geológicas lejanas y que dio al traste con casi todas las
grutas de San Luis Potosí, causado por la explosión de los xalapazcos que
tenemos, volcanes de explosión o impactos de una lluvia fenomenal de
asteroides.
A unos
cuantos metros de la Iglesia Vieja se ha descubierto recientemente otra cueva
llamada Del ángel, y realmente es el sueño de una ángel aquel pequeño recinto
en el que abundan las fantasías mineralógicas, las más sutiles y afiligranadas
formaciones, llamando la atención la existencia de un bosque de estalactitas y
estalagmitas que parecen sostener el techo de la oquedad, incrustadas de cristales
brillantes y las paredes tapizadas y sobrecargadas de miriadas de estrellitas,
con creaciones que forman la más delicada decoración que imaginarse pueda: se
maravilla uno de la enorme floración centellante que cuelga del techo, como carámbanos
(pedazos de hielo).
El
escenario continua igualmente por todos lados no solo las paredes tapizadas de
calcita y aragonita, sino el mismo suelo que centellea porque esta alfombrado
de pequeños cristales.
Da
verdadera pena el tener que constatar que la poca o nula cultura de las gentes
haya destruido muchas de las formaciones de la Iglesia Vieja, pues a tiro de
pistola se entretienen en probar su puntería contra las colgantes estalactitas haciéndolas
mil pedazos; cuando pueden dar en el blanco destruyen en un segundo lo que ha
tardado milenios en formarse. Terrible inconsciencia de los que se divierten
destrozando tesoros irremplazables.
La gruta de
San diego, era en efecto, en aquella época, lo más sensacional que se conocía
bajo tierra pero después de los actos de vandalismo sin número y sin nombre, exentos
de adjetivos más sonoros, que se han perpetrado y que han saqueado la espléndida
caverna, la han dejado muy maltrecha.
La gruta
del Ángel tiene la supremacía, ahora a Dios gracias, y ojala que esta maravilla
subterránea no conozca profanaciones tales como la vergüenza y la lepra de las firmas,
los grafitos y grabados y pueda permanecer indemne de devastaciones.
Nadie puede
decir que conoce esas grutas si no duerme ahí cuando menos una noche y escuche
el silencio eterno sideral de la inmensa oquedad, y preguntarse si aún está
vivo o si ya pertenece a alguno de los círculos descritos por Dante, cuando lo
vuelve a la realidad el aullido de un depredador del bosque.
Una
excursión a la sierra de San Diego, que como se dijo viene a ser parte de la
Sierra Gorda, es como para probar los nervios del más templado. Esta o estuvo
poblada de pinos enormes y encinos de grueso tronco con cortinajes de paxtle o
heno y, tan resbaloso es su piso, debido a las agujas de pino que van
amontonándose en el suelo, que tanto caballos como jinetes, tienen que
aferrarse al piso para no patinar y rodar montaña abajo a profundidades
enormes.
En esos
tupidos bosques de árboles de muchas especies habitan infinidad de pájaros,
desde ruiseñores, primaveras, cenzontles, gorriones, pájaro azul, etc. Cuyos
trinos acompañan todo el tiempo a los excursionistas. Ese escondite es
precisamente lo que los salva de la rapiña de los busca-nidos, que hacen todo
lo posible por acabar con toda clase de aves y mamíferos y que abundantísimos en
los valles.
Datos
tomados del libro “Historia de la Hacienda de San diego” de Octaviano Cabrera
Ypiña y Matilde Cabrera Ypiña de Corsi
Fotos del Museo
Regional del Rioverde