martes, 20 de agosto de 2013

Mi Maestra







A Mi Maestra


Mi maestra.

     En días pasados platicando acerca de la educación que antes se impartía con respecto a la de ahora, comentaba que yo que recuerdo que mis maestras eran duras, estrictas, exigentes, responsables, en fin tenían todas aquellas virtuves que uno imagina debe tener un maestro.

     Yo recuerdo que mis maestras o alguna de ellas eran expertas en aventar el borrador –me imagino que también les enseñaban a aventar borradores en la Escuela Normal– porque al que se lo tiraba le atinaba. Desde el escritorio hablaba y era la ley, era una orden, si decía a callar era a callar.

     También tuve una maestra que daba las calificaciones al término de la clase, un alumno tomaba la lista e iba nombrando a cada compañero mientras ella de acuerdo a su percepción o al comportamiento del alumno, en ese momento asignaba su calificación del día que al mes nada más se sumaba y se sacaba su promedio. Recuerdo que cuando era necesario se llevaba al alumno de las orejas para que le obedeciera, incluso había quien ordenaba que fuéramos a cortar una vara del árbol que estaba en el patio para con ésa darnos nuestros buenos azotes –parecía ahí uno penitente de semana santa–. Maestras que no importaba que fueran sus hijas o hijos, si no eran aplicados ahí mismo en frente de todos eran maltratados y humillados como los más malos estudiantes.

     A mí en lo personal me quedó un recuerdo agradable de todo eso. ¿Que me tocaron reglazos? Sí, sí me tocaron. ¿Algún “gizaso” en alguna ocasión? No recuerdo pero me imagino que sí. ¿Malas calificaciones? Si, y no nada más eso, si no que éramos la burla de los demás a la salida de clase.

     Pero a mí me tocó que en ocasiones tenía bajas calificaciones y le hablaron a mi mamá para que fuera a hablar con la maestra, y se acordaba que los que iban sacando bajas calificaciones se sentaban a un lado de la maestra, junto a su escritorio, y a veces éramos varios. Pero cuando mis calificaciones eran buenas tenía la sonrisa de la maestra, volteaba a verme y le decía al alumno: “A Salomón póngale un ocho” y eso ¡qué bien sabia!.

     A veces hacíamos equipo con los maestros para las actividades de deportes, de plantar un árbol o de lo que fuera, y era como estar en familia donde brotaban las sonrisas, los apoyos y que en ocasiones se me acercó o me hablo mi maestro para darme un consejo o miraba como les daban consejos a los demás.


     La verdad yo creo que a mí me tocaron unos maestros como ningunos, a todos los recuerdo con cariño, de todos aprendí algo, algo me dejaron. Y sé que mis maestros le tenían un gran amor a su profesión –que creo que eso es lo más importante de todo y que por eso eran tan bueno– y lo demostraron con cada uno de nosotros. ¿Los de ahora? No sé, pero me gustaría que fueran como aquellos, aquellos que yo tuve.

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