domingo, 28 de mayo de 2017

Semblanza de Jose Jesús Alvarado Orozco

Hoy les presento la Semblanza de uno de nuestros mas grandes Historiadores, de un enamorado de la Historia de nuestra región, que cuenta en su haber con varios libros sobre ella y que uno de sus objetivos es el que la Historia se difunda, que no se quede en un escritorio, además de ser un gran amigo y que para mí es un orgullo tenerlo en este blog.



José de Jesús Alvarado Orozco

Nací en Rioverde, el 5 de marzo de 1947. Por cierto fue un miércoles en casa de mis padres. Estaba la administración municipal a cargo de Galdino Martínez Rodríguez; Gonzalo N. Santos era el gobernador del Estado; el Lic. Miguel Alemán Valdés, presidente de la República; su Santidad Pío XII era el Papa en turno y la figura más representativa del pueblo era mi abuelo, quien me escogió padrinos: su amigo Eleázaro Martínez Sosa y su esposa Lupita López, personas de trato fino y sobrada honorabilidad; don Eleázaro, era el gerente de la Planta Eléctrica San Isidro y familiar de los Martínez Ceballos, dueños de la hacienda de San Isidro, y mi abuelo, el mayor accionista y miembro del consejo de administración de la hidroeléctrica. Y como padrino de confirmación me seleccionó a Julián Gómez Palacio, su socio de la empresa Plaza de toros “La Lidia”. Este era un español no nacionalizado quien fue el principal accionista de la tienda mejor surtida de su época “La Gran Barata”. Don Julián era el agente representante del banco Nacional de México, además quien tenía la única casa con recubrimientos de yesería y mármol. Poseía residencia en San Luis Potosí, cinco mucamas perfectamente uniformadas atendían a su familia. Además se dedicó a la citricultura, sus naranjales estaban rumbo a la “Malanca”. En señorón que se asomaba a la calle con su bata para andar en casa y alpargatas, acostumbraba su vino tinto a la mesa de mármol, de los pocos que contaban con chofer y carro a la puerta.

En el mismo día que nací falleció Benjamín Blumenfeld 1884-1947, el mejor ajedrecista de Moscú; así como el compositor italiano Alfredo Casella 1883-1947, pianista, musicólogo y director de orquesta. Era la posguerra, no fue extraño que en ese día el Almirante Richard E. Byrd declarara ante los medios que los ovnis eran armas secretas de los nazis, y que en caso de una nueva guerra, la parte continental de los Estados Unidos sería atacada por objetos voladores que podrían desplazarse de polo a polo a velocidades increíbles. Como fechas memorables en el tercer día de ese marzo, por primera vez en la historia, un presidente de EEUU visitó la ciudad de México: el presidente Harry S. Truman, y el día 12, comenzó la primera fase de la “Guerra Fría” entre EE.UU y la Unión Soviética, con el discurso del presidente Truman ante el Congreso Norteamericano.

A los pocos días de nacido, me enfermé de una gripa tan intensa que parecía pulmonía. –y mi madre refirió:

-¿Por qué no lo llevamos a curar a San Luis? –Con el recuerdo de mi hermano muerto de nueve meses, el que me precedía.

Mi padre, con su pesimismo atávico de perdedor consuetudinario en el goce de los naipes, contestó:

-¿Para qué? Esta criatura no llegaría viva.

Entonces, llamaron a un médico local que me recetó penicilina recién comercializada en el pueblo. Llegaba Pepita Castillo quien refería:

-Me da bastante lástima picar a este niño.

Sin embargo, gracias a la sustancia milagrosa descubierta por Alexander Fleming, conservé la vida.

No. No creo que esta sea la forma de escribir una semblanza ni breve ni original. Si bien tuve un abuelo excelente, sin embargo, éste murió cuando yo cumplía tres años y sólo alcanzó a seleccionarme buenos padrinos, no obstante nunca les pedí nada.

Después fue llegando poco a poco el efecto de la decadencia moral; de esa que no se nota porque es doble, y con ésta, la económica que sería largo contar.

Estudié en la escuela de párvulos del colegio Zaragoza cuando estaba en el sitio, del hoy Funerales Lara, frente a la plaza arbolada San Antonio. Entré a primer grado de primaria cuando se inauguró el edificio del Colegio Mollinedo. 1953/59.

Cuando terminé la primaria nadie se preocupó en inscribirme en el nivel medio escolar; avanzado éste, ingresé a la academia Guadalupe Victoria sólo para estudiar mecanografía, después me integré a la carrera comercial; sin embargo al segundo año me salí porque desde niño no me gustaba la forma de enseñar, ni el trato que las religiosas daban a los alumnos. Por mi parte, sí sentía interés por el conocimiento, cualquier lectura me apasionaba, pero nunca me gustaron las formas educativas que utilizaban bajo amenazas de castigos de éste y del otro mundo. En mi niñez, las religiosas vestidas de negro con expresiones de amargura, blandiendo una regla de madera con gesticulaciones, amenazando con perversión sádica, de supersticiones de Satanás, su corte perversa y sus siete infiernos; hablaban de apariciones diabólicas que en forma de aire terroso se llevaba en vida a los humanos al Infierno por haber tenido un mal pensamiento. Su tópico del Averno lo llevaban dentro, que reflejaban en la descomposición de su rostro, y su amargura para espantarme.

Y la víspera de los viernes primeros de cada mes, vigilado en fila hasta llegar ante el sacerdote Cutberto quien con su carácter de rabietas estridentes, era experto en bajar a Satanás para restregármelo viniera el caso o no desde la superioridad de su confesionario.

Desde entonces desarrollé una rebeldía en contra de esas maneras, de las incongruencias, de los prejuicios sociales, religiosos y de costumbres de esa época; es decir, las amenazas del Infierno, la discriminación que se hacía por la indumentaria, el color de piel, la posición social o capacidad económica de las personas; prejuicios muy arraigadas en aquel entonces en el grupo en que me desarrollaba, que quizás venían desde tiempos tan remotos, como de la Colonia.

A mi padre, le era indiferente mi persona, era una silla más, ni siquiera volteaba a mirarme. Mi madre desde mis primeros recuerdos me gritaba negro negrucho, flaco flacucho, insignificante. Rene, renegrido, chamuco del demonio, huy se va abrir la tierra y te va a tragar, me exasperas –así me gritaba. Como defensa opté por el mutismo y el retraimiento. Desarrollé tartamudez. Por eso me juntaba con los que me aceptaban.

Ya desde niño distinguía las incongruencias, las injusticias y el desamor, pero no podía hacer nada, eran temas que estaban prohibido mencionar, los demás sólo veían y callaban y nadie intervenía. El pecado mayor no era el homicidio; en Callejones era de lo más común, pero nada como un tema relacionado con el sexo, eso era lo más grave. Si alguien en una reunión pronunciaba una palabra que asociaran con ese fondo, aunque significara otra cosa. Las mujeres se levantaban con aire de indignación, lo mismo que en el cine, pues para asistir había que preguntar en el Curato en que clasificación estaban las películas y a qué edad correspondían.

Todo esto me marcó para el resto de la vida y desarrollé un espíritu de rebeldía latente en contra del pensamiento mágico en cualquiera de sus formas ya fuera de espantos, curas milagrosas, ciencias ocultas, mitologías incluyendo la Romana, y después con estudio me dediqué a desbaratar paradigmas que consideraba que no tenían razón, sin importar las expresiones de mi madre: pero te va a tragar la tierra, te va caer un rayo y te va a partir, eran sus mejores deseos. Qué podía esperar de los demás. Cierto nunca me faltó alimento material pero sí el del alma; no inculpo a nadie porque tampoco me lo supe ganar.

Al dejar la Academia siguió un periodo de seis años de sentirme en libertad y me reafirmé en mi persona. Fueron mis mejores vivencias en el Rioverde rural, me bañé en sus aguas cuando eran limpias. Me gustaba escuchar las pláticas de los hombres del campo, tenían una concepción natural de la vida. Me recrié en el Rioverde de sus naranjales, en sus cultivos agrícolas, en sus zonas áridas y en la región montañosa, trepando árboles para ver los nidos, su historia a través de conversaciones de un hombre añoso y sabio; los cuales formábamos la pareja del adolecente y el viejo. Me extasiaba con su historia que llevaba 20 años escribiendo, la de Rioverde, además me enseñó a encuadernar y a rebelar fotografías por contacto. En el campo aprendí a ser, a trajinar en bicicleta, a nadar, a disparar con resortera, a conocer de cultivos, de injertos y de la vida animal.

Tuve dos amigos con los que me juntaba para compartir la marginación, las aventuras y desventuras que compensábamos recorriendo caminos, algunos hasta donde se desvanecían, también a monte traviesa hasta las rancherías, así como todo el lecho de río desde la Taza hasta la Acequia Salada. Compartía los paseos a La Planta, a El Presidio, El Bosque de San Marcos, La Media Luna, pero también las soledades en los años Nuevos y las Navidades caminado sin rumbo fijo por las calles desiertas, así como nuestras vidas sin destino cierto: eran Cleto y Melitón.

Un día llegó Mely con libros. Me comentó que se había inscrito en la Academia de Flavia Flores. Era 1966 y decidí acompañarlo. Al año Pedro el de la Banda me dijo que eso sólo tenía futuro para mujeres, que me inscribiera en la Secundaria, por eso ingresé a la Club de Leones para trabajadores, 1967/69.

Estuve en la Prepa única, de 1970/73, aunque era un bachillerato de dos años, lo hice en tres porque estudié y a la vez trabajé en la tesorería Municipal desde 1969 y reprobaba con el profesor de Inglés, además sentía su maltrato, sus gritos y humillaciones; dada mi rebeldía hasta lideré una huelga en su contra. Era el espíritu oprimido que lanzaba un grito de rebeldía contra la opresión.

Para entonces mi padre había entrado en total decadencia económica; no obstante, renuncié sin más a mi base en Tesorería y me fui a la aventura a la capital potosina con el anhelo de seguir estudiando y trabajar. Me inscribí en un grupo Piloto del recién edificio de la escuela de Derecho, el cual perdí dada mi inestabilidad en que vivía, y a la huelga que encabezaba José Luis Sandoval, al que apoyaba.

El 26 septiembre de 1973 inicié como secretario meritorio en la Junta de Conciliación y Arbitraje que se encontraba en Palacio de Gobierno, pero a los dos meses renuncié porque no me dieron la plaza y sufría para sostenerme.

Fue hasta julio de 1974 que encontré trabajo y pude mantenerme y a la vez estudiar en la facultad. Recuerdo aquella mañana cuando conseguí diez pesos para ajustar el pasaje de los hacinados trasportes Vencedor para insistir en busca de empleo en la ciudad de San Luis. Iba enfermo de amigdalitis sentía la piel chinita y los escalofríos recorriendo mi cuerpo. Pasé a la casa donde se hospedaba mi amigo José, de ahí me fui a buscar a mi tío, el doctor. Lo encontré y me dio la receta, fui con el Secretario del Ayuntamiento, a quien conocía en las Juventudes Revolucionarias, para solicitar me autorizara medicamentos.

-A ti te quería encontrar. –Me dijo -Tengo trabajo para ti. –agregó.

Ahí estaba el comandante Pedro Gómez, quien me llevó a la agencia de Ministerio Federal, como office boy policía desde el 24 de mayo de 1974. Viví muchas experiencias y andanzas con los elementos de la Judicial Federal, en veces ayudaba en comisiones y en las órdenes de aprehensión, en el combate contra el contrabando y del exiguo narcotráfico de aquel tiempo. Estaba en mi medio porque me recordaban mis seis años cuando anduve libre de todo y estaba familiarizado con las armas y los riesgos.

Llegó una nueva administración municipal y el 3 de julio de 1980 me dieron de baja de la corporación; sin embargo, el titular de la Agencia me estuvo refaccionando para mantenerme pues le respondía bien a todo lo que me ordenaba. Quienes instruían las averiguaciones eran Guille y Carmelita, me tomaron afecto. Carmelita falleció el 12 junio de 1981 y me quedé en su lugar como Oficial adscrito a la Procuraduría General de la República, PGR, que se encontraba en el ahora museo de la Máscara. Por las dificultades que se me presentaron salí de la facultad con la generación de 1980 y me titulé en 1982.

Hubo quien me recomendara ante el Procurador del Estado y el 14 de abril de 1983, se me invistió como agente del fuero común en Rioverde. De ahí me movieron a diferentes plaza: Cárdenas, Tamazunchale, en la Mesa uno de la Capital, en la Agencia especial para investigar la quema del Palacio en los conflictos de Salvador Nava, además en Venado, Salinas de Hidalgo, en Clínicas y Hospitales, en Soledad de Graciano Sánchez, Tamuín, Ébano.

Estuve dos veces en peligro de muerte. Una en Tamazunchale, era una emboscada de los invasores de tierras que me tirotearon cuando iba al campo a practicar diligencias, y otra en Ébano cuando me fueron a buscar al restaurante a la hora que desayunaba; sin embargo, llevaba un ligero retardo, sólo encontré macheteadas las mesas y los empleados asustados.

Eran los tiempos cuando las instituciones eran pequeñas y todos nos conocíamos. Las oficinas estaban con muebles viejos, había que conseguir desde sillas hasta máquinas de escribir para armar el local y la hacía de todo. Se dependía de las presidencias municipales hasta para el uso del teléfono y secretarias. Dos rurales se allegaban lo necesario para poder cumplir sus funciones, desde gasolina hasta llantas para la camioneta vieja; no contaban ni con laboratorio ni radios pero tenían mística y alta conciencia de servicio. Me esperaban para informarme:

-Jefe – me decían- ya tenemos al presunto, y confeso. Aquí tiene los instrumentos y el producto del delito, además los testigos para que los declare-.

Armaba el expediente con una resolución de media cuartilla y funcionaba el proceso con sentencia condenatoria. Había verdadera contención de la criminalidad.

Por segunda vez estuve en Rioverde, después en Ciudad del Maíz, Salinas, en la capital del estado en diferentes mesas, también fui sub-procurador Jurídico, Sub procurador regional de la Zona Media, director de Averiguaciones, y secretario técnico. Cuando me cambiaron de Rioverde fue porque me acusaron que me distraía con apuntes de microhistoria, siempre lo había hecho. En otras veces me movieron por necesidades del sistema, pero nunca porque vendiera la justicia.

En la Procuraduría tuve acceso a diversos cursos y diplomados, y por mi cuenta la especialidad en Derecho Penal, pero nada tan impactante como las comisiones y las experiencias con las personas y sus asuntos que serían largo referir. Los estudios me sirvieron para el desempeño de mis funciones y las encomiendas como experiencias de vida, además para hacerme más humano al entender el dolor de la otredad.

Mis estudios privados en computación los realicé en Salinas de Hidalgo para escribir las historias que oí de labios de los hombres del campo, las pláticas de los peones viejos; y de mi amigo de mi juventud el historiador de aquellos años de libertad y rebeldía. Mis habilidades en el programa Word las apliqué en mi trabajo y llevé el segundo equipo de cómputo a la institución.

En aquel tiempo se escribía con una retórica en farragosa y trasnochada como sinónimo de erudición que se antojaba esotérica, con exceso de gerundios y mayusculitis; la forma moderna se la veía extraña.

Quizás por ser muy entregado en mi trabajo, porque además me identificaba con las víctimas de los delitos, aunado a mis ausencias hasta de tres semanas, mi pareja decidió realizar una nueva vida. Me hice cargo de mis tres hijos, de los cuales sólo me quedan dos. Mi hija, la mayor, dejó este mundo a consecuencia de un cáncer fulminante a la edad de 27 años, el 4 de mayo de 2006. Estábamos muy identificados, hasta me presentía.

–Vine a verte porque sentí que estabas enfermo, papá –Me dijo. –Si te pasara algo, dejaría todo y me vendría a cuidarte.

En realidad, a la misma hora y día que señaló, yo había sufrido un desmayo que no llegó a mayores.

Llegó el tiempo que consideré oportuno retirarme y vivir otra faceta de mi existencia y no dejar mi vida solamente en la oficina. Que si bien me gustaba el desempeño de mi labor y lo realizaba con entrega, el exceso de estrés por las nuevas exigencias y la descomposición social de los últimos tiempos, aunado a la impunidad cada vez mayor con la aprobación de nuevas leyes, sentí que mí función perdía su esmalte. Comprendí que no valía la pena consumirme ahí, que lo mejor de mi vida aún estaba por venir, y me retiré el 1º de septiembre de 2011. Disfruto mucho en apoyar las actividades sobre microhistoria que se verifican en Rioverde, para lo cual comparto el producto de mis recopilaciones.

A grandes pasos es un esbozo de mi existencia; creo que mi mayor éxito ha sido deshacerme de viejos paradigmas, de prejuicios de época, del pensamiento mágico. El desaprender ideas de antes y adquirir nuevas formas de pensar, más sanas; también de aprender a quererme, perdonarme y perdonar mis equivocaciones. Tuve que leer y pensar mucho para alcanzar esto que significa mi mayor logro.

29 mayo 2017.

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