Un recuerdo de las posadas.
En los años 60’s en mi barrio se hacían
posadas muy bonitas, normalmente organizadas por el líder del barrio, el más
conocido o al que le hacía más caso la mayoría de la gente.
En mi barrio el encargado de organizar era
el dueño de la tienda de nombre “Don Otilio”, un señor con una familia muy
numerosa y por lo mismo muy entusiasta para organizar este tipo de eventos. A
Don Otilio, de cariño, le decíamos todos “Don Noto” y con él acudíamos todos,
su tienda era nuestro punto de reunión para todo, desde informarnos del chisme
del barrio, jugar a la lotería tradicional o reunirnos a jugar ya fuera a las
escondidas, la roña, los encantados, todo esas eran ocasiones, aunque muy
simples, muy especiales pues compartíamos ahí gratos momentos inolvidables.
La posada era normal, desde tiempo antes
se preparaba avisando a todos (desde la tienda) de todo el evento y se pedía
estar preparados con sus nacimientos. Los vecinos se preparaban repartiendo y
haciendo las compras de todo lo que llevaba la bolsa de dulces, con la piñata,
el palo con el que se rompía, la pañoleta que cubría los ojos al que le tocaba
romperla, cohetes, luces de bengala, etc.
Se rezaba el rosario completo en casa de
“Don Noto”, al término de cada misterio se cantaba un villancico y se
acompañaba haciendo ruido con panderos que hacíamos con corcholatas aplastadas
y colocadas en una alambre en forma de circulo, después de ahí salíamos a
cantar la letanía casa por casa a lo largo de toda la cuadra, hasta regresar a
donde habíamos empezado, siempre coordinados por Rosa, una hija de “Don Noto”,
la cual era la encargada de dirigir la procesión cantando la letanía a la que
nosotros respondíamos: “Ora pro nobis”.
La piñata era hecha normalmente de un
jarro de barro, era de picos o de estrella y estaba forrada de papel de china
de colores, normalmente las llenaban con dulces, naranjas, cacahuate y caña. Recuerdo
que en una ocasión hicieron una con figura de una garza, la estructura se hizo
de alambre, forrada con cartones de cemento y con papel de china encima de
estos, recuerdo que nunca la pudimos romper. Las de olla de barro el peligro
era que al romperse se venían los pedazos de guijarro y se podía uno cortar o
pegar en la cabeza. Para pegarle a la piñata nos formábamos del más chico al
más grande, y nos cubrían los ojos con una pañoleta dándonos vueltas, todos los
demás niños nos poníamos alrededor cantando el tradición “Dale dale dale no
pierdas el tino…” y los mayores también apoyando gritando y sonriendo de todo
lo que originaba el juego de romperla, hasta que llegaba un momento en que
alguien le pegaba bien y la rompía, para entonces todos ya estábamos al
pendiente para correr a tratar de recoger lo más que pudiéramos de dulces.
El último día de las posadas se acostaba
al niño y se conseguían padrinos que normalmente era gente que trabajaba y no tenía
muchos compromisos porque ellos eran los encargados de vestir al niño Dios y
daban una charola con dulces para cuando se adoraba, es decir se pasaba a todos
los presentes y se les daba un dulce, además también ellos proporcionaban las
bolsas de dulces para todos los asistentes a la posada. El niño Dios se
colocaba en un nacimiento hecho con guijarros, pastle y musgo, las figuras que
se colocaban en el mismo era la sagrada familia, un ángel, un burro, una vaca,
borreguitos, el diablo, los reyes magos y la estrella de Belén, se le ponía una
serie de foquitos que alumbraba todo el nacimiento.
Todos recibíamos una bolsita de dulces que
normalmente contenía un pedazo de caña, una mandarina o naranja, una jícama
pequeña, colaciones, cacahuates, etc. ¡ah cómo los disfrutábamos!
Ese mismo día, después de acostar al niño
se daban tamales de masa envueltos en hoja de maíz, ya fueran de chile de carne
de puerco, de picadillo o de azúcar pintados de color de rosa, se daba también
atole de maíz de teja o se daba el tradicional ponche que llevaba, frutas como
tejocote, canela, guayaba, manzana, caña pasas ciruelas pasas, y otros. Se
tiraban cohetes de lo más sencillos, nos los vendían a 3 por 20 centavos,
también aventábamos unos chifladores que eran tubitos de carrizo con pólvora.
En la posada participábamos toda la gente
del barrio, normalmente ya todos nos conocíamos, era raro cuando alguien de
fuera participaba y no porque no se quisiera sino porque cada barrio hacia su
propia posada; la convivencia entre todos era de camaradería y unión, todos
participábamos sin envidias ni a ver quién hacía más que los demás, sino que el
fin era el de convivir y participar en un evento que era esperado todo el año;
el resultado final era un recuerdo muy agradable y que vivíamos todos con una
mejor armonía como barrio, como vecinos.
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